Fructuoso El Zapatero

Ólvega hace casi un siglo era una villa tranquila en la que sus vecinos se dedicaban a trabajar la tierra y al pastoreo. Al amanecer comenzaba la actividad en el pueblo, los días se sucedían de forma apacible, tan solo un curioso personaje rompía la armonía del lugar ...
Su corta estatura, más bien chaparrete, era suplida por una enorme musculatura. Correoso, ágil, nervioso, buena persona por naturaleza, alegre y simpático tras la ingestión del vino de la vieja taberna, momento en que afloraban de su corazón bravas canciones de la Ribera. Su rostro no podría ser más sonrojado, curtido por el sol de las jornadas de labranza, el fuego de las calderas, el humo de las cisqueras o el interminable cierzo de los días de caza, cuando busca en las solanas las acamadas liebres para matar el hambre, ya que al faltar el trabajo, las piernas se agilizan y la viveza apremia.
Le buscaron para trabajar en el pozo que construyeron frente al parque de las Escuelas Viejas, donde hoy está el Supermercado Nati, el de la Molinera. Es un pozo de agua de 12 metros. Así me lo contó Félix Calvo Royo.
En esos tiempos trabajaban tan artesanalmente que emplean un torno manual en el que enroscaban la maroma de cáñamo para subir los escombros de piedra y tierra del fondo del pozo, según esto avanza en profundidad.
Ya utilizaban en esa época barrenos de dinamita para perforar las rocas, y en ese pozo fue necesario usarla por la dureza del terreno. La profundidad trabajada rondaría los 10 metros cuando tuvieron el siguiente hecho.
Le correspondeía a Fructuosos "El Zapatero" dar fuego a las mechas de la dinamita, una vez bien colocada en la roca, propiamente dicho con un encendedor de mecha. Estaban avisados ​​sus compañeros. Desde la boca del pozo se dispondrá de un alzarlo a la superficie para después protegido del grave peligro que suponen las piedras, que como proyectiles suben al exterior y Luego bajan con no menos peligro, arrollando lo que pillan por debajo. Sucedió que con las prisas de alzar a Fructuoso y sacarlo del peligro -porque las mechas tiene un tiempo prudencial, el armatoste o torno desde el cual lo alzaban se partió y fructuoso cayó junto con maromas y calderos de hierro, en el que se apoyaba para ser alzado y en el que sacaban normalmente los escombros. Blancos, fríos, sudorosos e inmóviles se quedarán sus compañeros ...
-¿Y ahora qué hacemos? No podemos ni asomarnos, porque la explosión nos destrozaría a nosotros. Tenemos que ponernos a cubierto. Si nos pillan las piedras una vez terminan de subir, al bajar en picado nos aplastan.
Se alejaron corriendo y buscando refugio mientras que de rodillas suplicaban: -¡Virgen de Olmacedo, ayudadnos! ¡Santísimo Cristo de la Cruz a Cuestas, protegernos! - Son momentos que se recuerda a todo el santoral del cielo y toda la letanía de Nuestra Señora, el cuerpo tiembla y sin dejar de ser firme, se estremece el suelo.
-¡Pero, qué pasa! ¡Que hacéis arriba parados y muertos de miedo! Acercaos y echadme otra soga para quitar estos trastos del medio y seguir trabajando, que para eso nos pagan y por eso cobramos dinero. Que bien nos viene para el pan de nuestros hijos y el vino de la taberna y algún día extraordinario los cacahuetes, y en días de fiesta grande, algún que otro arenque.
¡Parecían voces del cielo!
-¿Está vivo? ¿No te duele nada ?; preguntaban a distancia sus compañeros
-Vamos, no tengáis miedo, qué os asustáis más que las gallináceas, gritaba fructuoso.
-¿Y si explotan los barrenos?
-¡Que narices van a explotar los barrenos! - Y les dije desde el interior un trozo de mecha que estaba quemada por un extremo y cortada de un fino tajo por el otro.
-¿Cómo lo hiciste? ¡No podemos creerlo!
-Con el cuchillo que llevo en la faja, es costumbre de nuestro tiempo, pero de no llevarlo, con tal de seguir con vida, con tal de disfrutar viviendo lo que había hecho con los dientes. Vamos, menos hablar y sigamos trabajando, que yo no me quejo de estos chichones y arañazos, ni siquiera iré al curandero.
Y seguí trabajando aquella jornada.
En el momento más importante del día, que es el alimento, sus compañeros no comían, estaban apesadumbrados, cabizbajos y sin apetito, pensando en la tragedia que tuvieron que haber sufrido.
-¿Cómo, qué no queréis comer? ¿Por qué tanto meneo de cabeza? Esto lo soluciono yo enseguida -hablaba sonriendo Fructuoso-. ¡Qué buena pinta tiene esta gran tortilla de patata y qué color los torreznos que nos han preparado esta mañana, la Señora propietaria del terreno. Y el vino, ¡qué fresco está! Voy a comer y beber con más ganas que nunca y brindar por la vida... ¡Salud!
Antonio Villada
Por aquella época la escasez asolaba la comarca. Eran tiempos difíciles, a veces el sudor del frente no es suficiente para alimentar a la familia. Entonces, la caza furtiva era la mayor tentación. Tan solo los más hábiles, escopeta en mano, llenaban su morral y burlaban a la Guardia Civil.
Fructuoso "el zapatero" trae de cabeza a la autoridad. El intrépido olvegueño y su yegua conocidos palmo a palmo cada rincón de la sierra. Agazapado ente la maleza, observa cómo los uniformados pasan de largo tras su pista y él, victorioso, regresa al pueblo.
En una de sus cacerías el robledal le traiciona y la Guardia Civil consigue que el cazador sea cazado.
-De esta no te escapas.
Mientras, Fructuoso serenamente maquina su plan.
-Pido permiso para tirar el pantalón.
Retirándose tras una mata en una apertura y cierre de ojos, rueda por el terraplén y escapa de sus captores. Su aparatosa huida alerta a la pareja, Atónitos observan cómo desaparece entre la belleza.
En sus semblantes, decepción, amargura, el joven olvegeño ha vuelto a burlarse de ellos. Riendas en mano, el guardia civil recuerda que la yegua sigue con ellos. Fructuoso no la abandonará. El sendero hacia el pueblo se presenta largo. La maleza y el rebollo parecen reírse de ellos. Jamás encontraron resistencia similar. Su autoridad e ingenio se desvanece ante la audacia del ahora fugitivo. Intentan montar al animal y este, dócil, parece conducirles por un camino harto conocido.
-¡Llevas montadas en la Guardia Civil! -. El grito suena como un eco lejano. La yegua parece volverse loca, derriba al jinete y corre entre los árboles en busca de su dueño. Definitivamente ha ganado la batalla. Mejor será no contarlo a los compañeros. Las luces del atardecer comienzan a difuminarse por el horizonte.
Mañana será otro día
Sonia MoyaAl margen de las historias narradas, con cierta literatura, en páginas anteriores, nos han contactado otras hazañas de este singular personaje olvegueño.
Entre otras actividades se dedica al estraperlo, comerciando con sacos de azúcar. La Guardia civil estaba al corriente de este hecho y con frecuencia acudía a su casa para registrarla. El resultado siempre era el mismo: no había nada. No conseguimos dar con el sitio donde guardaba la búsqueda. Un día la vecina de Fructuoso fue un motor que no tenía cámaras que tenía la entrada de la cuadra, bajo la tecnología, y cual fue su sorpresa al encontrarse entre ellos, unos sacos de azúcar. Y es que por aquellos años las casas estaban "abiertas", y aunque se oía entrar a alguien, no se pensaba que tenían que hacer ninguna trastada.
Fructuoso "el zapatero", como ya se ha dicho, era cazador furtivo y los "hizo con bicho". Sucedió algo parecido: la autoridad buscaba al hurón en su casa, pero el animal una vez más, estaba en el pajar de su vecina.
Por otro lado, era un gran trabajador en la casa de Muro, donde era jornalero. Lo querían mucho. Se dice que trillaba como dos mozos y que tenía "muchas correas". También nos contactamos con quién tuvo los hijos más guapos del pueblo y cuándo murió su hija pequeña no hubo bautizo como ese. Era practicante de Ólvega Don Virgilio Vallejo cuando la esposa de Fructuoso se puso de parto. Rápidamente avisaron a Don Virgilio y este le asistió. Fue su capricho sacarla de pila y ser su padrino. El bautizo fue celebrado por todo lo alto, en los festejos tocó la banda, hubo volteo de campanas y todo el pueblo fue invitado a los dulces de la antigua pastelería del pueblo.
Aquí está una muestra de lo que Don Miguel de Unamuno denominó Intrahistoria: La vida tradicional sirve de fondo permanente a la historia cambiante y visible. La vida de la gente es argumento suficiente para ser plasmada por escrito y convertirse en HISTORIA con mayúsculas.



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