Santa María de Olmacedo

En el siglo XII se marcharon de esta villa de Ólvega los monjes Cistercienses, que habitaron un Monasterio a los pies de la sierra del Madero durante muchos años.
Por fechas recientes la actual Ólvega se llamaba Alauva y sus habitantes tenían una gran devoción a la Virgen de Calatrava, su excelsa patrona.
Cuenta la historia, entre retazos de verdad y de leyenda, que los hijos de San Bernardo decidieron trasladar su residencia a Fitero, y un día de la Ascensión del Señor formaron una caravana numerosa de carros, tirados por bueyes y caballos, para llevar a Fitero todo lo que contenían en su convento de la aldea de Alauva.
Las gentes salieron al camino para dar su adiós, no tanto a los frailes como a su Virgen de Calatrava; su excelsa patrona. Agitaban los pañuelos y el llanto nubló muchos ojos. Se dice que oraron las mozas, muchas de las cuales acudieron hasta el trono de la Señora para exponer sus pesares y ayudar ofrenda de bellas ilusiones.
Aquellas mozas de hace siete siglos, que tenían, como nuestros jóvenes de hoy sensible el corazón y viva la fe, sentían que se les fuera de su Virgen, porque ¿a quién iban a contar sus penas ?.
Lo mismo ocurrió con dos pastorcillo, Juanico y Pedro. Ellos que arreaban sus rebaños por los valles poblados de robles se acercaban hasta el monasterio, cuando el ganado estaba de siesta, y se iban hasta el altar de la Virgen, para hacer partícipe de sus preocupaciones, de aquella ovejuela que se les había perdido , y de aquel corderillo que triscaba en el atrio del convento, para que no fuera nunca víctima de los lobos, que aullaban en las noches por las crestas de los montes.
También Juanico y Pedro, cuenta la historia, que salieron aquel día a decirles adiós a los frailes cistercienses. Y pregunté al hermano Lego, que si volverían pronto; y les dije el frailecillo que sí, pero que rezaran mucho.
Ellos, que no se habían percatado de que la Virgen de Calatrava iba sentada en un trono, sobre los aparejos de un hermoso caballo blanco camino de Fitero, cuando la caravana de frailes ya se perdía en la lejanía, corriendo hacia el convento y se arrodillaron ante el altar de la Virgen para rezarle, para que volvieran enseguida sus queridos frailes.
Pero Juanico y Pedro se pusieron muy tristes cuando vieron que el trono de la Señora estaba vacío. Tanta fue su pena y tan amarga la desilusión que sin que ellos hubieran cambiado más palabras que el patético mirar de sus ojos, un relámpago y estruendoso verdadero no les hizo mirar hacia el alto y salieron corriendo de la iglesia para cuidar sus rebaños- Fue entonces cuando cayeron postrados de hinojos. La Virgen Inmaculada, resplandeciente más que todos los soles de mil cielos, allí estaba, sobre las cimbreantes ramas de un olmo centenario.
La Virgen no se quiso ir a Fitero; se quedó allí, entre sus hijos de Ólvega, y con la rúbrica de un milagro que trasciende de los siglos. Ella se llamará siempre la Virgen de Olmacedo

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